Doctora en Economía (Universidad Autónoma de Madrid, España) con orientación en gestión de la innovación. Magister en gestión de la ciencia, la tecnología y la innovación (UNGS, Argentina) y Lic en Comercio internacional (UNQ, Argentina).
El propósito de las políticas de ciencia, tecnología e innovación (CTI) localizadas en el territorio es reconocer la existencia y la permanencia de las desigualdades territoriales, regionales o locales en sus múltiples dimensiones (económica, social, ambiental) así como también de las particularidades que caracterizan a cada territorio. Cuando nos detenemos a observar los indicadores de desarrollo en los países de América Latina son notorias las disparidades regionales. Estas desigualdades se han estudiado ampliamente desde distintas disciplinas, siendo la economía una de las que se ha ocupado de analizar los factores asociados a los procesos que conducen a la divergencia o convergencia entre países o regiones (Abramovitz, 1986; Dahlman y Nelson, 1995). Como resultado de estos trabajos, se sabe que la inversión en CTI es un elemento central para el desarrollo (Katz, 1984; Freeman, 1995; López y Lugones, 1997; Chaminade et al, 2009). Por ello, hablar de políticas CTI localizadas implica reconocer el potencial de estas políticas para reducir las desigualdades territoriales, considerando simultáneamente las diferencias en las capacidades de aprendizaje y participación en las actividades de innovación (Arocena y Sutz, 2003).
De esta manera, la importancia de distinguir el alcance de la política, es decir, localizar la política en el territorio, no se asocia a una cuestión semántica sino a una realidad en la que se observa que, sin una intervención directa, los beneficios derivados de las políticas de CTI suelen quedar concentrados, reproduciendo las ventajas originales (CITA). La política CTI localizada en el territorio, asume las singularidades de los actores del territorio y la necesidad de aprovechar las capacidades locales y los recursos propios del entramado socio-productivo para consolidar los procesos de aprendizaje y de innovación, traduciéndolos en desarrollo.
En términos conceptuales, estos procesos han sido estudiados desde diferentes enfoques teóricos. En todos los casos se reconoce ampliamente el anclaje territorial, donde los procesos de innovación no se producen de manera uniforme y homogénea en los diferentes países o regiones (Cooke, 2001; Heijs, 2001). Desde la economía de la innovación, este concepto derivó en el enfoque de los Sistemas Regionales de Innovación (SRI) que intenta plasmar la diversidad territorial de los procesos de innovación en los diferentes países y regiones (CITAS). Concretamente, un SRI está constituido por los distintos elementos (agentes e instituciones) que se relacionan e interactúan en la producción, difusión y empleo de las innovaciones en los procesos productivos y que presentan niveles de enraizamiento territorial. A su vez, por el lado de los enfoques del desarrollo territorial, una aproximación conceptual que permite vincular las capacidades territoriales productivas y los procesos de innovación corresponde a los medios innovadores (Aydalot, 1986; Aydalot & Keeble, 1988; Maillat 1995, 1998). En este caso, el concepto se basa en el papel desempeñado por el contexto territorial, que presenta la capacidad de articular diferentes actores del territorio para la generación de espacios innovadores. Más allá de la articulación, el territorio es un conjunto espacial que presenta unidad y coherencia. Es decir que posee una cultura socialmente aceptada y un conjunto específico de comportamientos técnicos que se desarrollan, trasmiten y acumulan en las prácticas, reforzando el conocimiento y el know-how que tiene la región (Maillat, 1995). Lo relevante en los medios innovadores no es la mera presencia de los elementos territoriales, por el contrario, lo relevante es la interacción entre los diferentes elementos desde una visión de carácter sistemática.
Ahora bien, el proceso de aprendizaje e innovación no es automático ni autónomo y es aquí donde las políticas de CTI localizadas en el territorio tienen un papel central. Uno de los motores para impulsar este proceso es el conocimiento y la teoría en torno a cómo se concibe ese conocimiento. Las políticas de CTI localizadas deben destacar no sólo la relevancia del conocimiento tácito, sino también las diferentes bases del conocimiento analíticas, sintéticas y simbólicas que sustentan las actividades que se desarrollan en la región (Polanyi, 1966; Nelson & Winter, 1982; Nonaka y Takeuchi, 1995; Martin & Moodysson, 2013). Si la política se apoya únicamente en las bases analíticas, entonces la importancia se pone en el conocimiento científico y, por lo tanto, codificado, de manera que el territorio pierde relevancia. A diferencia de esto, si la política se apoya además en las bases sintéticas y simbólicas, reconoce el valor del conocimiento tácito y toman relevancia las formas interactivas de aprendizaje (Arrow, 1962; Rosenberg, 1982; Lundvall, 1988; Lundvall & Borrás, 1998). En el primer caso, las bases sintéticas, le otorgan mayor lugar al saber cómo, los oficios y las habilidades prácticas mientras que, en el segundo caso, las bases simbólicas, enfatizan el carácter intangible y la calidad estética del conocimiento siendo altamente específico del contexto y por eso se espera que dependa predominante de las fuentes de conocimiento situadas en las proximidades geográficas (Asheim et al., 2011; Martin & Moodysson, 2013).
Esto es importante porque en la última década particularmente, se ha tendido a generar respuestas globales para problemas locales y si bien es cierto que en el marco de un avanzado proceso de globalización algunos factores productivos trascienden el espacio local, no es menos cierto que muchas actividades y capacidades siguen estando fuertemente enraizadas en el territorio. Ejemplos de esto son la producción de bienes primarios y el surgimiento de las certificaciones de origen. Es posible que se pueda producir vino en diversos lugares, pero el vino de tannat que se produce en Uruguay se distingue del resto, porque el territorio le otorga diferenciación y, por lo tanto, un mayor valor a un producto que de otra manera sería un commodity.
El segundo motor que hay que considerar para impulsar el proceso de aprendizaje e innovación a nivel territorial es la organización en torno a capacidades que permitan la acumulación del conocimiento (Lall, 1992; Bell y Pavitt, 1995; Lundvall, 1992; Edquist, 1997; Freeman y Soete, 1997; Cohen y Levinthal, 1989 y 1990). Si el conocimiento no se estructura y organiza, no se cristaliza en el territorio. Un aglutinante de estas capacidades es la infraestructura de CTI y ahí es donde actúa la política localizada en el territorio. Esto significa que lo local, regional o territorial solo no es suficiente, sino que se requiere de acciones deliberadas que impulsen el proceso. La infraestructura CTI se divide en infraestructura física (rutas, energía, comunicaciones, etc.) y la infraestructura del conocimiento (universidades, laboratorios de investigación, capacitación, etc.). Esta infraestructura es uno de los componentes de los territorios que, por su gran escala, indivisibilidad y horizonte de operaciones a largo plazo, se desarrolla y sostiene por medio de la intervención estatal e inversión pública (Fajnzylber, 1992; Smith, 2005; Crespi & Dutrenit, 2013).
Dos ejemplos que ayudan a comprender cómo todo lo anterior interactúa en el marco de una política CTI localizada en el territorio para fortalecer los procesos de aprendizaje e innovación local son los casos de la Estación Experimental Agroindustrial Obispo Colombres en Argentina y del Cluster lechero en Uruguay.